Lo que es posible hacer de uno mismo

 

autosuperación



Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad,

pueden producir la insoportable desesperación

que resulta de perder la propia identidad.

H. P. Lovecraft

 

            En su libro El erotismo adolescente en los tiempos de marea verde, Gabriela Insúa comparte algunas de sus experiencias profesionales con consultantes que están transitando la adolescencia. Sin embargo, este ensayo no es un simple “compendio” de entrevistas, sino que a través de estos relatos realiza un análisis que va más allá de la vivencia personal de cada uno de los adolescentes tratados. Es decir, la historia de cada una de estas personas le permite reflexionar sobre diferentes temas que se desarrollan no solo a nivel individual, sino también social y cultural.

            Esta extrapolación del ámbito de lo privado a lo público y viceversa, es posible debido a que en la actualidad es prácticamente innegable que la construcción del espacio subjetivo de cada individuo es un proceso sumamente influenciado por el contexto y/o el ambiente en el cual se desarrolla. De hecho, el psicoanálisis (método al cual adscribe Insúa como psicóloga) define estos aspectos de la vida de los seres humanos no como elementos externos de la psique de los mismos sino como parte constituyente[1]: el superyó.

            La mirada, el juicio, la opinión y las exigencias del “Otro” actúan de múltiples maneras en el desarrollo personal de cada individuo y pueden construir o destruir dependiendo del tipo de relación que se genere entre ambas partes. Los grupos de pares, el rol de los adultos y el papel de las instituciones bien pueden ser herramientas u obstáculos en el camino de formación de identidad de una persona, sobre todo de una persona joven o adolescente que está en un estado de construcción permanente.

Lo que es posible hacer con alguien

Teniendo en cuenta lo mencionado en párrafos anteriores, es posible pensar, entonces, que “el Otro” posee un gran poder sobre “uno mismo”, sobre el mundo subjetivo de “su Otro”. El Otro construye estereotipos, fomenta ideales, juzga, recompensa o castiga, ayuda o dificulta, y todo eso, sea negativo o positivo, deja huellas en la identidad de quienes se someten (adrede o no) a esas influencias.

Como menciona Rubén Efrón en su artículo Subjetividad y adolescencia, la presencia de los otros es algo que va mutando a lo largo de los años, pero que siempre está presente. Al principio esta presencia es acaparada por los padres y luego se incorporan otras personas (adultas o no) y otras instituciones (Efrón, 3). Todas estas manifestaciones de la otredad pueden entenderse como anclajes articuladores para la construcción del espacio subjetivo, pero pueden tomar diferentes formas: se pueden entender como guías rígidas que reprimen y bloquean, o como guías orientadoras que ayudan a trazar el camino. (Efrón,5).

Sin embargo, a pesar de esta aparente ambigüedad que se desprende de los vínculos con “los demás”, si se analiza desde un punto de vista un poco más abstracto, se puede deducir que “sea para bien o para mal”, el Otro está inmiscuido dentro de un proceso que, en teoría, debería ser individual. Esto denota la dificultad que existe a la hora de trazar fronteras precisas entre lo individual y lo colectivo, y a la vez el alcance que todas estas representaciones simbólicas tienen sobre los espacios subjetivos de cada persona.

Esto es particularmente llamativo cuando de influencias negativas se trata, puesto que el abuso de poder es, la gran mayoría de las veces, el motor del sufrimiento tanto de los jóvenes como de seres de otras edades. Como dijo Gustavo Bohm en el prólogo de una famosa obra de Peter Handke:

Desde las utopías del 68 hasta la actualidad, ha transcurrido un tiempo en que el mundo parece haber decidido desnudar el horror en que vivimos sumergidos, mostrando obscenamente ‘lo que es posible hacer con alguien’. El mundo, de manera voraz y cruel, intenta construir individuos funcionales e irreflexivos, sin identidad. (Handke, 15).      

El mundo, entendido como todas esas expresiones de la otredad que he mencionado anteriormente, parece tender más a ser la guía rígida y represora que la guía orientadora.

Lo que es posible hacer de uno mismo

            La sociedad plantea diferentes escenarios en la dinámica de subjetivación de los jóvenes y adolescentes. El fracasar en cualquiera de estos pasajes puede dar como resultado lo opuesto a lo que se busca: la desubjetivación que, entre muchas de las consecuencias posibles, podría provocar la detención parcial o completa del desarrollo de la subjetividad (Efrón, 4). Eso está claro. Ahora bien… ¿qué alternativas hay para evitar tan indeseables resultados?

            Personalmente considero que una buena opción sería hacer el camino inverso al que se basa en las demandas superyoicas (en términos psicoanalíticos). Como ya he mencionado, es prácticamente innegable e inevitable el vínculo entre lo externo y lo interno, lo colectivo y lo individual. Pero sería interesante deconstruir aquellos procesos de subjetivación que responden principalmente a las exigencias externas (cualesquiera) y reemplazarlos o reconstruirlos en base a demandas subjetivantes, singularizadoras, activantes y emancipadoras que respondan a las necesidades internas. (Efrón, 6).

             La clave fundamental para desarrollar con éxito un proceso de estas características es enfocarse en lo que “es posible hacer de uno mismo” en vez de lo que “es posible hacer con alguien”. A partir de ahí, se pueden entablar conexiones con el Otro más sanas y productivas en las cuales se hace uso de las herramientas que ofrece la otredad y se desechan aquellas relaciones con lo externo que no son fructíferas.

            Es muy diverso el campo de acción de este tipo de prácticas, pero existe un ámbito más que propicio para comenzar a difundirlas: la relación con el cuerpo y la sexualidad.

            En los relatos que Insúa comparten en su libro El erotismo adolescente en los tiempos de marea verde, si bien se exponen historias de diferentes jóvenes que pueden o no tener algún tipo de relación o semejanza, queda de manifiesto que para los adolescentes la sexualidad es un área muy fértil de creación y afirmación de la identidad. De hecho, en un determinado pasaje en el cual la autora se está refiriendo a la bisexualidad, comenta algo que puede extenderse a otros aspectos de la sexualidad en sí: “Pienso esta tendencia [la posición bisexual] como un modo saludable de respuesta frente a la demanda del otro y frente a un otro social que sigue irrumpiendo desde lo binario, patriarcal, hetero normativo…” (Insúa, 79).

            Es decir, las elecciones que cada persona haga sobre su identidad, su cuerpo y su sexualidad son a su vez respuestas ante las exigencias del Otro. Incluso, hablando en términos psicoanalíticos, los impulsos sexuales son parte del Ello, es decir, el polo opuesto al Superyó, por lo tanto, construir desde ese lugar para luego entablar una relación con lo exterior desde la propia afirmación y individual, interna y personal, sería ni más ni menos que realizar el camino inverso del que hablaba en párrafos anteriores.

            Aquellas formaciones inconscientes tienen el potencial de convertirse en un modo de fallar a esos ideales externos que tanto presionan y someten, y son una muy buena base para comenzar a preguntarse “¿qué puedo hacer conmigo?” para, una vez respondida esa pregunta de forma sana y consciente, sea momento de preguntarse “¿qué puedo hacer con alguien?”.

 

 BIBLIOGRAFÍA

Efrón, Rubén. Adolescencia, pobreza, educación y trabajo, “Subjetividad y adolescencia”. Buenos Aires: Losada, S. A. (1997).

Handke, Peter. Kaspar y el pupilo que quiere ser tutor. Buenos Aires: Adriana Hidalgo. (2019)

Insúa, Gabriela. El erotismo adolescente en los tiempos de marea verde. Buenos Aires: La docta ignorancia. (2020).



[1]  En cuanto a que se “apropia” e integra, de cierta manera, las exigencias y demandas externas.    

 

Comentarios